martes, 22 de noviembre de 2011


Capitulo 4: Lo que está muerto...

La habitación estaba en silencio. El hombre cogió la caja de musica e intentó que funcionara, pero no lo hizo. Preguntó con voz gélida qué hacían en su castillo. Las respuestas que los personajes pudieron darle parecieron no satisfacerle, pues decidió por su cuenta obtener las respuestas directamente de la fuente. Uno tras otro el hombre fué hurgando en la mente de los personajes, llegando a lo más intimo de sus recuerdos y sentimientos. Esto fué lo que sintió Luka en aquel momento.
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Mis funciones vitales dejaron de funcionar en el mismo instante en que dos iris de un color azul intenso se posaron en mi mirada. La profundidad de sus ojos era algo que no se podría explicar con palabras, una gran tristeza los inundaban y parecía tirar de mí como el caudal de un río, arrastrándome hacia el inexistente y claustrofóbico fondo. Ignoro si fue temor, respeto, o una mezcla lo que sentí en ese momento; pero si sé que, por mucho que deseara hacerlo, no me dejaba apartar la mirada.

El tiempo se había detenido y cuando quise darme cuenta él ya estaba sobre mí, con su lengua abriéndose paso entre mis labios –diría que mi corazón dejó de latir pero hacía tiempo que había entrado en un estado de shock comatoso–. Su tacto era desagradablemente áspero, y el gusto que imprimió en mi lengua era el de 400 años de podredumbre. No pude apartarme, rebelarme o sí quiera corresponder a su funesto beso, pues toda mi concentración estaba dirigida a la estabilidad de mis piernas, que se negaban a dejar de temblar, amenazando con dejarme caer indefenso al suelo. Una oleada de frío, procedente de su interior, empezó a entumecer cada uno de mis nervios, extendiéndose por mi cuerpo como unos tentáculos gigantescos que me mantenían retenido. Podía sentirle dentro de mi, notar su consciencia explorando cada recoveco, acariciando cada parte de mi ser... juzgando todos mis conocimientos, evaluando todas mis vivencias, incluso los más íntimos recuerdos... Quería detenerle, detener su intrusión en mi cabeza y su desagradable contacto... Quizá fue un pequeño gesto, un ínfimo movimiento, o simplemente que estaba en mi cabeza, pero acto seguido a ese pensamiento me asió por la camisa acercando más su cuerpo al mío e intensificando su presión sobre mis labios. Lo último que pude notar, antes de que esos desagradables tentáculos se retirasen de mi cuerpo dejando unos dolorosos agujeros en mi consciencia, fue cómo las lágrimas descendían inevitablemente por mis mejillas ante la brusquedad y el denso anhelo que Hringham imprimía en sus caricias... Ignoro si fue por el daño físico o por la tristeza que me suscitaron los sentimientos que proyectaba hacia mí en su contacto, pero si de algo estuve seguro en aquel momento fue de que nadie volvería a besarme con una intensidad igual...
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Satisfecho con lo que había averiguado les contó su historia. Era un guerrero en vida. El más poderoso, tan poderoso que se podía enfrentar a cualquier hombre o bestia que habitara la tierra. Sin embargo no era feliz. En medio de su desesperación conoció a su amada y con ella contrajo matrimonio y engendraron un hijo. Más los dioses fueron crueles con él y crearon un monstruo en lugar de su hijo que sesgó la vida de la mujer desde su vientre escapando acto después sin dejar rastro. Profundamente abatido desafió a la propia muerte derrotándola en combate. Ésta al ser derrotada y conocedora del castigo que obtendría si le devolvía a su esposa muerta le concedió la vida eterna como una maldición disfrazada de don. Hringram furioso reunió el mayor ejército de muertos que jamás pisara Gaïa y se enfrentó a los dioses. Derrotado se encerró en el castillo de la media noche con una nueva maldición pesando sobre su ya castigada alma. La luz del sol le dañaría llevándolo hasta la locura. No lo mataría, pero si lo dejaría loco de dolor.

Tras haberles contado su historia y como recompensa a su tenacidad les dio protección contra los muertos que les acecharían de camino a conseguir su objetivo. Así mismo les indicó la dirección que debían de tomar para llegar allí. También les ofreció un libro escrito tiempo atrás por su fallecida esposa, ya que parecían haber obtenido su favor y podría serles útil. Harumi le suplicó a Hringram poder llevarse el vestido de la mujer para honrar su memoria. Hringram dudó, pero finalmente accedió a su petición. Les aconsejó por último que siguieran corriendo a su perro, pues en tan sólo dos minutos se encontrarían encerrados sin remedio en aquel desolado lugar. Sin dudar de sus palabras los personajes corrieron tras la figura fantasmal del cánido mientras los muertos se apartaban a su paso. Salieron del castillo para ver como este desaparecía en un resplandor rojizo, directo a la vigilia.

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